Anoche todos fuimos Chenoa. Ese
corazón roto encima del escenario, el ex que intenta reparar un daño público,
esa cobra que remató una historia que vimos nacer, sus palabras descarnadas de
querer y una canción que era una declaración del piel con piel. ¡Qué tensión!
Todo el concierto, mediocre en sus planteamientos, tenía sentido por este
momentazo sin esconder. La organización lo sabía, cebándolo en los documentales
previos y dejando el tema como dúo de oro, casi como final de los finales. Del
silencio cómplice al llanto incontrolado, era difícil asistir a ese sueño del
romanticismo hecho voces. Bisbal entró con una actitud entregada, enérgico y
con ganas de saberse cerca de la que un día fue la mujer que robó sus notas de
amor. Ella, en cambio, estaba como un bichobola, incapaz de levantar la mirada
y entrar, como se merecía, en el subidón romántico. A nivel bocal su perfección
era de sobra conocida, muy superior a la del resto de sus compañeros, salvo
honrosas excepciones (Bustamante, Manu Tenorio y poco más…). Por un momento,
volvíamos a aquella academia, a revivir una historia de dos, que era también un
poco nuestra. Así que ahora, en la reválida, el imaginario colectivo esperaba
un culmen espectacular. Y vaya si lo hubo.
El parón antes de la frase de
cohabitar final, con el discurso del almeriense aumentaba la tensión. Sus
palabras (“Siempre te he tenido mucho
cariño y te tengo y te tendré”) parecían sinceras (“Que lo sepa la gente, por favor”), pero escasas y egocéntricamente erróneas (“Para mí ha sido un privilegio poder cantar conmigo”), ante una mujer
que, públicamente, se había lamido sus heridas. La agitación posterior y el no
beso, con ella zarandeada, carne de gifs
y memes, fue un remate cruel.
Seguramente, fruto de los nervios del momento. Fue entonces cuando a petición
de él (“Di algo chiquilla, que no has
dicho ná”) ella se desnudó, una vez más, por mucho que el contexto la
tuviera en shock (“Es que me da vergüenza”)
y tratara de escurrirlo diciendo que era broma. El “Mientras que hacemos el amor” dio paso a un abrazo sentido de
Laura y a la pregunta de él (“¿Estás bien”).
Unas risas y un beso al aire de la rotunda Chenoa parecían el broche perfecto,
pero no. Fue entonces cuando ella procedió a su discurso (“Y para mí, que quede muy claro, también ha sido todo un honor cantar contigo, David. Te quiero mucho, lo sabes, y quiero mucho a tu familia, que está por ahí, le mando un beso gigante. Con
todo el respeto y el amor del mundo. Os quiero muchísimo. Gracias. Y eso incluye a su club de fans, que son un amor también para mí. Todos mis respetos"). Quedó como
una señora. Y siguió ahí, encima de esa pasarela nostálgica, cantando dos temas
más, mientras las lágrimas, dicen, eran incontrolables. Podrá justificarse con
la emoción del reencuentro, del volver a estar con los compañeros con los que
un día firmó su triunfo. Aunque todos queremos creer que estaba con el disgusto
de su vida y sin chándal en el que refugiarse. Las lentejuelas imponían ser
artista y no persona, pero su corazón no entendía a estribillos. Sinceramente,
ya lo pensábamos, pero anoche concluimos que la mallorquina no ha superado esta
historia, que los Aves Marías fueron
insuficientes para ella, necesitada de ese latir que la hizo más humana. Y
tiene que ser un fastidio vivir algo así de forma televisada y con la novia
recauchutada de tu ex aplaudiendo desde las gradas. Chenoa, atrévete a ser
feliz, seguro que otro hombre te dará la vuelta incontrolada y susurrará como
mereces.
Por lo demás, el concierto fue
muy flojo en realización y sonido. Impropios para un evento televisivo tan
esperado. Lo de Juan Camus no tiene nombre, su afán de protagonismo venía a
tapar su falta de talento artístico. Que en ‘Mi
Música es Tu Voz’ no cantara su frase fue cutre. Los estilismos eran una
regresión a la incredulidad que provocaban sus looks de cada lunes, quince años
atrás. Vestidos inadecuados para un directo, cual pretendidas divas low cost, incluso maquillajes de noche de Halloween. Si pretendían
dar miedo, lo consiguieron. La presentación de Verónica a Alejandro Parreño, (“No es un musicazo...”), un ¿lapsus? de la emoción, del que ha querido excusarse. En cuanto a Rosa López, se ha convertido en un
juguete roto. Ha perdido voz en el camino, seguramente de tanta clase e
imposiciones de una industria que jamás la permitió ser ella misma. ¿Resultado?
Una voz enorme apagada, poco a poco, sin éxitos que resaltar. Que su única canción
en solitario fuera ‘Europe’s living a
celebration’ lo dice todo. Y en la suma, más de uno de los dieciséis debiera
verse un poco ‘La Voz’ y darse con un canto en los dientes. Porque vaya suerte
tuvieron de formar parte de un fenómeno sin precedentes, musical y catódico. De
ahí que las quejas de más de uno en los tres programas previos sobraran.
Humildad y gratitud. Que seguro los mandamases explotaron su filón, pero ellos
sacaron mucho y más de ser protagonistas de esa corriente única llamada
Operación Triunfo.
# SÍ · Cuando se
hacen bien las cosas, llegan a la audiencias. Me refiero a su momento, cuando el
formato, con una esencia limpia y del todo artística, conectó con los
espectadores y dio paso a un acontecimiento inolvidable. Ahora nos han devuelto
a ese momento, hemos viajado a nuestra realidad de entonces y hemos revivido
instantes únicos.
# NO · Este no es de
sorpresa, pues me esperaba una audiencia mucho más millonaria. Recuperando, de
alguna manera los datazos históricos del 2001. Anoche el concierto fue visto
por una media de 4.149.000, logrando un buen 27,5% de cuota de pantalla.
La cobra se elevó hasta casi los 4.800.000 espectadores. Es cierto que la
actual desfragmentación de la programación complica barrer como entonces, pero
la competencia de Antena 3 y Telecinco se había retirado de la batalla, optando por no emitir capítulos de estreno de 'Mar de Plástico' y 'La Que se Avecina'. Eso sí,
en redes sociales fueron protagonistas absolutos.