lunes, 28 de abril de 2008

CutreModeli DosMilPocho



Vuelve la pasarela del surrealismo catódico. Esta vez en alta mar para pasar por agua las lágrimas y los cuerpos enjuntos de los aspirantes a índice de masa corporal bajo mínimos. Es la tristeza del mal planteamiento de un concepto de programa que podría dar demasiado de sí. Pero a la vista de las caras, caretos y indifinibles rostros de los nuevos protagonistas del invento del tacón me temo el peor de los resultados. Ni la mezcla entre varones y varonas, entre hormonas y egos, entre espinillas y celulitis, entre testosteronas y estrógenos... se antoja motivo suficiente para degustar el plato de sobremesa entre posados imposibles y estilismos de baratillo antichic.
Aplaudo la transición de profesores o antital, pero es que la elección no es para tirar cohetes ni un buen flash. Seguro que los cazadores de carnaza zappinera se frontan las manos ante la llegada de nuevos entes de freakismo en dosis brutas. No sólo algún cutremodeli mariquitísima, también un profesor hecho vintage y con un estudiado yoísmo de vómito. Sí que me felicito por la oportunidad de tener una cara nueva al frente del despropósito de modé, una canaria bien plantada y de buena dicción que lo tiene fácil para superar el estilo rancio y despersonalizado de esa mujer nacida para procrear que un día quiso ser modelo y al siguiente insistió hasta poner rostro de frígida audiovisual al reality de la belleza desfilante.
Aunque el tiempo puede derrocar muros de ediciones olvidables y de ganadoras invisibles. Será difícil que cubra el hueco triunfal de esos danzarines ansiosos de fama. Los mismos que ya cardan la lana y acumulan la misma en la previsión de recitales coreográficos que nos va a tocar sufrir. Si es que en este país de pandereta lo de exprimir se lleva siempre a la máxima expresión.

Rebélate, tú sí eres un modelo. Quizá solo de persona, pero menos da una piedra.

lunes, 14 de abril de 2008

Nada más que la verdad



Si creemos que el umbral del estercolero ha llegado a su cima máxima, nos equivocamos. La perversión de la televisión sin fronteras siempre viene a demostrarnos que lo peor es poco y que el término más se antoja infinito. La basura campa a sus anchas y por mucho barrido o limpieza de cara siempre aparece un motivo mayúsculo para llevarse las manos a la cabeza.

Cuando estábamos huérfanos del pérfido polígrafo, viene un mandamás con ganas de ese más oscuro y nos regala una ración de rancismo audiovisual. Lo triste es que seres anónimos con una vida de cara a su galería se sometan a las cámaras para airear miserias e intimidades sonrojantes ante una audiencia necesitada de lo grotesco. Sus páginas de lo grueso, de lo invisible, de lo surrealista o patético enfocado con la maldad del morbo comecocos.

Más triste es que un equipo de profesionales, con una presentadora de dentadura sobrexpuesta, tenga que defender un invento innecesario de garras cuestionables. Peor es saber que hay espectadores que se apuntan al festín de la víscera y de lo risible, en un ejercicio de hipocresía sin igual. Cualquiera en el sofá de las verdades alteradas sufriría tan catarsis que ni una chequera de ceros a la enésima potencia justificaría.

Parece que nunca tenemos suficiente y que la exposición continuada de los horrores propios y ajenos nos insensibiliza sin remedio.

Por la dignidad, una televisión más arcoiris, menos claroscura.