El tiempo vuela y, a la vez, los
hábitos de consumo mediático. Hace dieciséis años nos enamoramos de unos
jóvenes inocentes, que con mayor o menor talento artístico, representaban el
sueño de vivir, en carnes propias, una auténtica OPERACIÓN TRIUNFO. El formato
revolucionó por incluir la convivencia como elemento de enganche. Vivimos el
día a día de los muchachos encerrados en la Academia, aplaudimos el rizo
cerrado de Nina, los tonos en su sitio de algunos invitados, los romances
(escondidos o no). Fue una gallina de los huevos de oro con discos que vendían
como churros las grandes superficies. La élite musical protestó por la
grandilocuencia de los recién llegados, pero la pataleta sirvió de poco.
Lograron un éxito sin (casi) precedentes. La historia posterior es por todos
conocida. Los golpes de realidad fueron desiguales, con la pobre Rosa como la
peor parada del invento. Hace unos meses ella y sus compañeros se reencontraban
ante la mirada millonaria de la audiencia. Entonces, sin haberse ejecutado la
cobra, los mandamases pensaron que era buen momento para retomar el programa.
Su paso por la privada del rosa chillón se quedó un tanto descafeinado cuando
decidieron poner de presentadora a una Pilar Rubio, de lo más limitada. El caso
es que anoche, salvando la introducción, llegó el momento de convocar ante el
televisor a los más nostálgicos. Esos que se estudiaban las galas, incluso
sumaban absurdeces del merchandaising. La campaña previa en redes, con
visionados de la virginal edición, ha estado bien construida, aunque parece que
ha sido insuficiente. El 19% de share en una noche de estreno así lo refleja.
Sin duda, la duración eterna de esta noche debutante fue un lastre. Parecía que
la competencia de última hora con LA QUE SE AVECINA podía serlo, pero se quedó
en un segundo puesto, lejos de sus datos gloriosos.
El inicio en exteriores, con
fallos de sonido y un Roberto Leal hecho un flan no era el impacto esperado en
un resurgir. Quizá un guiño de los memorables Bisbal y compañía hubiera
conectado con esa esencia de show emocional. Optaron por un fatídico vídeo de
casting, eterno y a destiempo. ¿Nadie pensó en un punch que atrapara? Para
cuando acabó el repaso a la selección más de uno había bostezado en bucle.
Siempre con un pensamiento, el mismo que yo me repetía: «¡Nunca será igual!». Eso sí, me gustó el momento ascensor de la
decisión final y me resultó curioso que eliminaran a la chica que podía
recordar a Rosa, en versión ELECTRODUENDES. La comparación hubiera sido demasiado
obvia. La cabecera muy neón y con la música original me gustó. Entonces entro
ella. Mónica Naranjo. La mujer. La diva. La arista. La miembro del jurado. Su
actuación grabada, pues una femme fatale
como ella no se cambia en un pliqui y lo sabemos, fue un inicio bestial por la
voz de la pantera de Figueres. Eso sí, estaba pasada de luces. Como su ídolo,
esto fan, me despertó ganas de espectáculo. Otra cosa es que piense que era una
concesión muy fácil el que ella abriera la noche. Lo suyo hubiera sido apostar
por un nombre internacional que impulsara la máquina. La expectación por
descubrir el plató dio paso a la decepción. En pantalla resulta más pequeño de
los anteriores, especialmente el espacio reservado a las actuaciones. Mucho led
y geometría, pero poca chicha escénica. El giro de las zonas de mesa y sofás se
queda pobre. La muchedumbre de público está muy perdida, cuando podían sacar
más partido a semejante gentío.
Del triplete en juicio me quedo
con el consejo de la Naranjo sobre el ego, precisamente viendo de su yoísmo,
aunque es bueno que los chiquillos lo guarden en los bolsillos. Y sí, metió la
pata y el colectivo que la aupó puso el grito en el arcoíris cuando
heteronormalizó sus comentarios. El desconocido Ji-Joe se proclamó guardián de
la música en sus intros tan poco naturales, mientras el hijo Raphael y Natalia
Figueroa sacaba pelo en pecho. Sus comentarios técnicos fueron pedantes.
Incluso el tono y los chascarrillos tan guionizados. Feo que se viera la cinta
aislante que sujetaba sus micrófonos. El del maestro de ceremonias estaba en su
sitio, pero él no siempre. Mejoró según pasaron las horas (¡qué remedio!) y
desplegó buenas actitudes. Desde luego, hoy en día Carlos Lozano haría el ridículo.
A todo esto, la primera actuación fue a las 23:00 horas y no nos tenían
enganchados. Porque lo que habíamos visto de los aspirantes eran muchos
derroches vocales y un buen rollo chirriante. Amén de unos estilismos
horribles, de los que el equipo no quiso hacerse cargo al recalcar que los
habían elegido ellos mismos. Eso sí, el del cuerpo de baile no fue mucho mejor.
«¡Ya soy un triunfito!», gritó uno de
los dieciocho, un gesto que sí remitía a eso que sabemos que fue algo
histórico. Como habitual es que la mosca de la tele campe a sus anchas en los
estudios, con manotazos en primer plano para aliviar su vuelo.
Las actuaciones fueron una mala
madrugada de karaoke, con los temas elegidos por su enemigo. Más desafinados
que Manel Navarro en su eurodrama. Lo del semitono por arriba de uno de ellos
fue dantesco. En LA VOZ no pasan estas cosas y eso que sus audiciones están
desnudas de opulencia. Reconozco que esta hornada tiene espontaneidad y muy
fiel a diferentes estratos de la juventud. Los ensayos previos debieron ser
insuficientes, tal y como han reconocido los profesores. La propia Noemí Galera
les lanzó el zasca nada más llegar a su nuevo hogar y el primer visionado de
debut ha sido grimoso. Ni la pobre Rosa
de España sirvió de revulsivo. Su discurso a trompicones era un lugar común de
alguien que no abandona la mirada triste. Y qué decir del vestido de bodorrio
con el que cantó su single. Fuera de contexto. El proceso de elección y duda
fue algo pesado, como todo el desarrollo. Gracioso fue el desatino de Mario,
uno de los perdedores, que repetía «¡Jolines,
hay que tener de todo!». El carisma, muchacho, es insuficiente para cruzar
la pasarela. Mucho tendrán que trabajar para que los telespectadores sientan
esos vibratos, el color de sus voces y perdonen los falsetes. Yo, de momento,
seguiré OTeándolo.
# SÍ · Sin mucha
parafernalia, con planos sencillos y declaraciones de intenciones. Así fueron
las piezas que nos pusieron cara y nombres imposibles (muy de realities) a los
cantarines.
# NO · Mucho anunciar
la APP oficial para que fallara. Mala previsión.